lunes, 30 de marzo de 2009

1. UNA APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO FILOSÓFÍCO


“ A determinada altura todo coincide y se identifica: las ideas del filósofo, las obras del artistay las buenas acciones.”F. Nietzsche


Presenta cierta complejidad adelantar una travesía analítica por los laberintos del pensamiento con el fin de encontrar elementos que permitan intuir la especificidad del pensamiento filosófico, por las estrechas relaciones que mantiene con el pensamiento en general, con la actividad científica y con el amplio campo de la creación. Nos encontramos aquí ante grandes dificultades como la planteada por Lezama Lima de “ definir como cenizar”, y ante la complejidad de lo que se intenta definir se descubrirán juegos de fuerzas que expresan múltiples búsquedas, de las que no se sabe a dónde conducirán.

Fijar con precisión el significado de ‘filosofía’, explicar claramente valores como el pensamiento filosófico, la ciencia, la cultura, el arte y/o la poesía, como intentar determinar de manera completa y tajante sus múltiples y sutiles relaciones con otras formas de pensamiento no sería más que un gesto pedagógico, ingenuo y precipitado.
Es sencillo darse cuenta cómo, a manera de ejemplo, el pensamiento filosófico se parece mucho al pensamiento sobre la poesía, ya que no puede proceder de manera distinta a la del rodeo, dando vueltas y revueltas sobre el objeto por considerar, como indicador de una precaución metodológica. –Al contrario de lo que habitualmente se cree, el ‘rodeo’ no tiene porqué reproducir los temores del ratón mientras ronda, sin atreverse, al queso en la despensa -.

Como mejor lo diría Estanislao Zuleta, una conciencia ingenua y optimista podría pensar (¡!), en uso del sagrado ‘derecho’ al ‘buen’ sentido, que pudiera resultar simplemente válido el acogerse a la sombra sensata y paternal de una teoría o doctrina determinada para desde ahí agotar el problema que se desea considerar: sea el caso de la historia de la filosofía, de la lingüística o de los marxismos después de Marx. Recordemos que ahí donde Marx pudo ver un problema complejo e inquietante, sus ‘discípulos’ creyeron encontrar una solución, explicando por ejemplo el ‘arte’ por las ‘condiciones sociales’, olvidando el pequeño detalle que Marx distinguía entre las condiciones de producción y las condiciones de validez: “... la dificultad no consiste en mostrar que el arte griego y la epopeya están ligados a ciertas formas de desarrollo social. La dificultad consiste en comprender que puedan aún proporcionarnos goces artísticos y valgan, en ciertos aspectos, como una norma y modelo inalcanzables” [1]

Igualmente es el caso de cualquier forma de racionalismo que se distraiga creyendo poder definir un proceso de pensamiento, a través de una rápida fórmula verbal o de una opinión, lo que es de hecho indefinible, no por incognoscible, sino por tratarse de algo que solo puede soportar acercamientos variados y diferenciales, formas distintas de ataque y discusión, para terminar sintiendo siempre, sin pesimismo alguno, estar en el mismo punto de partida y no tener otro camino que el de dejarse inundar por la suave música de un verso o, por un persistente sistema de interrogaciones a lo que constituye uno de los misterios de la vida.


Preguntarnos una y otra vez es una propuesta. En contra de cualquier urgencia académica o periodística, en contra del uso del tiempo a que nuestra sociedad obliga, pues -“... hoy nos avergonzamos del reposo, la larga meditación ocasiona ya casi remordimientos, reflexionamos reloj en mano, comemos con los ojos fijos en la gaceta de la bolsa, vivimos como alguien que temiera constantemente dejar escapar alguna cosa” -

[2] uso esquematizado de la existencia con toda la crueldad necesaria en la fórmula ‘el tiempo es oro’. Discurrir sobre el pensamiento filosófico es formular preguntas que interrogan, condenarse a la dicha prohibida de la deriva de un tiempo sin tiempo, dando tiempo al tiempo para ganar un lugar feliz en donde el hombre no sea esclavo del actual uso normativo del tiempo que lo condena a no pensar para ‘ganar el pan con el sudor de la frente’, según el mandato evangélico y que nuestro modo actual de vida ha sabido acoger con tanto gusto... Discurrir sobre el pensamiento filosófico resulta algo así como auto-condenarse a ‘ver pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio’, en un ejercicio sin fin ni término, que solo se puede suspender para de nuevo encontrarlo en otra parte, en otro texto, en otro contexto, en un verso, con renovados motivos que reanimen la fuerza de la palabra y hasta el deseo de escribir.

Es el caso del simple lector de poesía –no ‘consumidor de poesía’, que es otra cosa- aquel que únicamente quiere pensar su vida sin separarla del sueño y de la imagen: siempre encontrará nuevos motivos de ensoñación y expansión, de aspiraciones a nuevas formas de vida, de promesa y amenaza sobre lo que es y ha sido, pero sobre todo – aunque no lo pueda decir aún bajo la forma explícita del filósofo -, acerca de aquella visión del Ser como “estructura de posibles”

[3].

En el caso de los artistas y filósofos, además de lo dicho, un nuevo y feliz motivo de multiplicar las metáforas de acercamiento y de distancia, de aclaración y duda, de “tribulación y felicidad”, en fin, de asombro distanciado.

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